Desde la llegada de los conquistadores españoles al territorio
nacional, la situación de los pueblos indígenas ha sido compleja;
algunos se sometieron a sus dominios y otros lograron subsistir,
como los mapuches, aimaras, atacameños, rapa nui, yámanas,
alacalufes y collas. Según el informe presentado por la Comisión
de Verdad Histórica y Nuevo Trato realizado en 2003 por
encargo del gobierno de Chile, a la llegada de los españoles, el
Valle Central era un espacio pluriétnico y multicultural, con una
población que poseía una base lingüística común, reflejada en el
uso de la lengua mapudungun desde el valle del Aconcagua
hacia el sur. Gran parte de las denominaciones que ha utiizado
la Antropología para distinguir a estos pueblos autóctonos respondían a
diferencias geográficas relacionadas con los valles que habitaban: aconcaguas,
mapochoes, cachapoales, promaucaes –ubicados entre el río Maipo y el
Maule–, itatas, chiquillanes y andalienes, entre otros.
Tras el sometimiento y dominio de los pueblos originarios al norte de la zona
de frontera, la Zona Sur se encontraba en una situación compleja luego de
la independencia de Chile. En la década de 1810 bandoleros y grupos de
soldados prófugos de la guerra se refugiaron en dicha frontera, dedicándose
al pillaje y saqueo hasta comienzos del 1830, lo que se conoció como guerra
a muerte. A mediados del siglo XIX, la apertura comercial despertó el interés
por la zona debido a su extensión territorial y potencialidad productiva. Así,
desde 1840, el Estado desarrolló una política de ocupación de dichos
territorios. En la zona fronteriza se desarrolló una intensa relación comercial
y cultural entre los mapuches y el resto de la sociedad. El Estado compró
numerosos terrenos, lo que produjo el desplazamiento de los mapuches
hacia el interior. Este proceso terminó definitivamente en 1881, con la
denominada “pacificación de la Araucanía”.
Asimismo, hacia fines del siglo XIX, otras etnias se fueron incorporando al
territorio nacional. En 1888 el capitán de la Armada, Policarpo Toro, ocupó
la isla de Rapa Nui, declarando su anexión al territorio chileno. Hoy existen
unos dos mil rapa nui, que mantienen su lengua y costumbres.
La situación de las etnias en el norte del país fue compleja durante la segunda
mitad del siglo XIX, sobre todo por las disputas territoriales y económicas en
la zona. Hasta la Guerra del Pacífico (1883), una parte de la población aimara
formaba parte de Perú, debiendo integrase forzadamente al nuevo territorio
nacional tras el término del conflicto.
Desde entonces se dedicaron principalmente a la actividad minera, pero, a
partir de mediados del siglo XX, tras la disminución de esta actividad en la
zona, su vida empezó a ser eminentemente urbana. En este mismo período,
con la invasión militar en Atacama (actual Región de Antofagasta), el Estado
desarrolló nuevas políticas de integración nacional, reconociendo a los
atacameños como ciudadanos.
Por último, cabe mencionar la situación de los alacalufes (o kawéskar).
Desde finales del siglo XIX hasta 1930, este pueblo diminuyó notoriamente
debido a que el contacto con los europeos, produjo el contagio de diversas
enfermedades y por el rapto de mujeres y muchachos con el fin de hacerlos
marineros. Así, un número importante se trasladó hacia otros lugares, como
Chiloé, Puerto Montt y Punta Arenas. Hacia la década de 1920, la población
alacalufe se redujo a cerca de mil habitantes y en 1993 la Ley Indígena los
reconoció como comunidad, por lo que en la actualidad se encuentran
organizados en grupos orientados a mantener sus tradiciones e integrarse
mayormente a la sociedad chilena.
Los pueblos originarios hoy
Aunque en Chile se han implementado diferentes políticas para evitar la
exclusión social indígena e integrarlos a la sociedad, –como la creación de la
Ley Indígena de 1993 y su modificación del año 2006, que reconoce la
existencia de comunidades originarias y busca promover su desarrollo–,
muchas de las reivindicaciones indígenas pasan por la exigencia de mayor
autonomía en el espacio de sus comunidades.
El Estado chileno y también los latinoamericanos han desarrollado nuevas
políticas indígenas, que responden a apoyar la multiculturalidad y atender de
forma más eficaz sus necesidades.
Uno de los elementos centrales que mantiene vivos a los pueblos indígenas
es la identidad cultural que poseen, la que les ha permitido permanecer a
lo largo del tiempo. El pueblo mapuche es el más numeroso y actualmente
se encuentra distribuido en todo el territorio nacional, especialmente en las
regiones Metropolitana (44% de su población), Araucanía y Biobío (con
cerca de un 15%). En estas últimas viven mayoritariamente de la agricultura
y ganadería. En la denominación mapuche se incluyen a los pueblos
huilliches y pehuenches. Por su parte, los aimaras y atacameños
han conservado buena parte de sus costumbres, como la importancia de la
familia. Pero uno de los elementos que distinguen a estos pueblos es su
lengua, la que mantienen; pero, a la vez, dominan el español para poder
comunicarse con el resto de los habitantes del país. Por esto, como una
manera de celebrar la permanencia de estos grupos, en 1999 se estableció
el día 24 de junio como Día Nacional de los Pueblos Indígenas, celebración
en que se reconoce y valora su aporte a la diversidad cultural del país y que
ha sido un paso destacado por parte del gobierno chileno por el fomento
del respeto e integración de sus identidades culturales.Etiquetas: Pueblos originarios de Chile